Con la punta de mis dedos te ilumino, miro tu destierro y lo bendigo. Con mis ojos penetro en tu miseria, y la rescato. Con mi pelo te envuelvo en seda, te refresco de añoranzas. Con mi piel te respiro, te regalo todas las caricias. Con mi alma te encuentro y no huyo, y no temes, caminamos juntos.
Noche fría de viernes, una vieja casona de la calle Corrientes tiene sus puertas abiertas y a través de sus ventanales se pueden ver cuerpos en movimiento, como figuritas recortadas a trasluz, la música está sonando, es noche de milonga.
Un leve balanceo pasando el peso del cuerpo de un pie al otro, Timúr avanza hacia delante, Gaby lo sigue caminando hacia atrás, los cuerpos recorren toda la pista con pasos muy sincronizados, el abrazo no cesa y las rodillas blandas esperan los movimientos de pívot, barridas y ganchos que propone la melodía y que ellos aceptan con elegancia.
El secreto está en seguir los tiempos, lo saben. Una sutil marca sobre la espalda de ella, la lleva a girar sobre su pie para volver con un paso hacia atrás a un nuevo pívot dibujando una sucesión de figuras en forma de lemniscata, ella acaricia la espalda de él como diciéndole gracias.
Timúr disfruta el contacto del cuerpo liviano de Gaby, se ve claramente por la sonrisa en sus ojos. Esa conexión no se pierde en los vaivenes de los diferentes compases, todo lo contrario, cada figura, cada adorno es un disfrute. El deslizarse juntos es como un vértigo de a dos, los cuerpos ensamblados, pequeñas gotas de sudor comienzan a brillar en sus mejillas y se insinúan diminutas estrellas titilando, cuando por breves instantes quedan levantados sus párpados.
Un torbellino de figuras. Ella es un deleite en movimiento y juntos la más bella sincronía al compás de dos por cuatro.
En la oscuridad que los rodea, la luz del reflector los sigue y el escenario se completa, una única imagen lo llena todo borroneando el tornasolado de las paredes, ese… el de los frescos que se desvanecen.
Hubieras preferido no conocerme, al final terminé siendo una astilla hundida en tu carne, en un lugar que te incomoda, porque se nota.
Y vos para mi un despropósito, algo que no debí sentir, que no debo…
El lugar que cada uno eligió para el otro, un depósito de sueños, hermosos pero mudos, inmóviles y estériles.
El miedo ganó la partida. Juego de naipes sin ases bajo la manga, trampas de humo para mirarnos vencidos. Los vencedores si los hay, perciben la cáscara brillante, porque dentro los espantan fantasmas, eternos y persistentes.
Tres de espadas, el naipe que lidera, es de corazones rotos, sangrantes como el durazno, atravesando con ellas el dolor para sanarlos, ojalá.
Me vuelvo hacia dentro, raspo paredes, descascaro, encuentro símbolos, el inicio de una ruta, aquí me paro y miro hacia el infinito.
Más allá de tus ojos los mensajes de tu alma qué desamparo evocan. Detrás de tu sonrisa eternamente dibujada, de tu necesidad de abrazo de tu búsqueda sin encuentro. De puerta con candado de lágrima seca de murmullo inaudible de fuelle roto. En alturas mareadas puerta abierta la quietud la madrugada la libertad.